Ya nada me despierta por la noche;
nada tengo que me aúlle,
y es el doble de terrorífico.
Prefiero escuchar al lobo que me aceche
a que ya no queden lobos.
Con ese silencio indiferente
el bosque me acoge entre sus ramas.
Sintiendo su tono de reproche.
Su respirar tácito e indulgente.
Su frondosa caricia que se acaba.
La primavera ha dado la espalda
con un largo adiós de hojas caídas.
Lo que reste de este otoño,
ahora voluntario e indefinido,
será solo cosa nuestra.
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