Duele el lecho de amor.
Duele la fragua de las promesas.
Cada uno de los hijos de Cupido
detiene el pulso, tal como si fuera
una operación a corazón abierto;
abandonándome al pavor,
a tus labios de la espera,
como bálsamo prohibido,
¿que no es cierto,
amor,
que en el fondo envenena?
Si bien duele saberlo,
huyo de los ángeles y sus mentiras.
Pues el que no muere de amor sin ser amado,
es que nadie le ha mirado
como tú me miras.
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