Como en una habitación cerrada
mi aire no muta y persiste al cambio.
Posee el mismo olor de ayer
y el de mañana;
se puede atisbar en él el miedo a lo perecedero.
Ese olor a azufre, ese dolor intenso.
Esa suma dentellada
que jamás repara el agravio,
funesto hacia mi alma
y por siempre imperecedero,
que, como mi aire, no cambia.
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