No enmudecerá la lira por mí,
ahora que ya no existo.
No cantarán los gorriones en
abril,
ni yo seré capaz de oírlos.
No me acariciará de nuevo la
marea,
ni hundiré mis pies en su rocío.
Qué habrá sido de ti mi
dulcinea,
ahora que yo no existo.
Quién oirá
cantar a los gorriones en abril,
ahora que no puedo oírlos.
Quién helará su alma en el
rocío,
ahora que ya no existo.
Dime quién recordará mi nombre,
que la única muerte verdadera…
es el olvido.